Con la llegada del verano
llega la angustia de mostrarnos, el traje de baño y los rollos nos están
mostrando que no estamos preparados para mostrarnos ante los demás. El espejo
nos conduce a las mayores críticas acerca de nosotros mismos, de lo que somos y
de lo que no somos. Frente a los lamentos y acusaciones nuestra estima sucumbe
acribillada, en el fondo de nuestro ser. Quien puede quererse cuando encuentra
que la balanza hizo una gran es escalada hacia arriba, cuando la ropa de verano
le queda chica, cuando se siente un monstruo. Todos, con la aparición del
tiempo lindo, repiten la dificultad de aceptarse a sí mismos.
Es común esta dificultad
de aceptación en las adolescentes bulímicas y anoréxicas que arriesgan su vida
jugando con el hambre y los alimentos. En señoras exitosas que son capaces de
hacer todo en la vida pero no pueden ser flacas.
En individuos que se sienten
mal, sin saber por que, pero si saben que les sobran algunos kilos. En grandes
profesionales de los sacrificios más variados, pero que aún así no pueden
adelgazar. Todas las historias y características de estas personas se unifican
en una sola idea, la comida es más fuerte que ellas. Esencialmente la
dificultad de quererse y la emoción de displacer, como la angustia, la
insatisfacción, el enojo, el aburrimiento, es lo que lleva a esas ganas de
comer.
Pero cómo podemos
aceptarnos si las personas que nos rodean, marido, novio, madre, nos hablan
constantemente de nuestro sobrepeso. Si no me puedo mirar en el espejo, si los
amigos se burlan de nosotros, si no recibimos piropos de los hombres.