Muchas veces nos
encontramos con personas por las que sentimos una gran simpatía, mucho más que
por otras de nuestra propia familia.
Una de las explicaciones
se da en el sentido de la reencarnación, es decir, como el reencuentro u
oportunidad de un mutuo proceso de aceptación entre seres que se vieron en
situaciones conflictivas en vidas anteriores. Los lazos de la sangre no siempre
se corresponden o no necesariamente, con los lazos entre los espíritus. La
envoltura carnal sí es el resultado de la unión entre los cuerpos del padre y
la madre, pero el espíritu existe desde antes de la formación del cuerpo.
Los padres son un medio
para dar un cuerpo al Espíritu que ha de ser su hijo. A veces los espíritus se
encarnan en una misma familia, fortaleciendo el vínculo de las vidas pasadas,
pero puede suceder que sean completamente extraños. Los verdaderos lazos de
familia no son, pues, los de la consanguinidad, sino los de la simpatía y de la
comunión de pensamientos que unen a los espíritus antes, durante y después de
su encarnación.
Así dos seres de padres
diferentes pueden ser hermanos por el espíritu; estas personas si se encuentran
pueden sentir que se conocen desde hace tiempo, a veces pasan mucho tiempo
buscándose hasta encontrarse para compartir su gozo. Las familias de lazos
espirituales son duraderas, se perpetúan en el plano de los espíritus a través
de las diversas emigraciones del alma. Las familias de lazos carnales son
frágiles como la materia; se extinguen con el tiempo, y muchas veces se
disuelven totalmente en la vida actual.