Basta un año de meditación
perseverante, o incluso medio, para percatarse de que se puede vivir de otra
forma. La meditación nos con-centra, nos devuelve a casa, nos enseña a convivir
con nuestro ser, nos agrieta la estructura de nuestra personalidad hasta que,
de tanto meditar, la grieta se ensancha y la vieja personalidad se rompe y,
como una flor, comienza a nacer una nueva. Meditar es asistir a este fascinante
y tremendo proceso de muerte y renacimiento. Gracias a la meditación he ido
descubriendo que no hay yo y mundo, sino que mundo y yo son una misma y única
cosa.
EL COMIENZO:
1.-En una silla con
respaldo, sentarse en posición recta, los pies en el suelo, y las manos en los
muslos.
2.-Cerrar los ojos, sin
forzar la respiración inhalar despacio durante cuatro segundos. De nuevo sin
forzar, exhalar durante cuatro segundos. Se trata de un ciclo de respiración,
que inicialmente basta con cinco o diez
minutos al día.
3.-Mientras respiramos,
centramos nuestra mente en el plexo solar, un punto justo debajo del esternón.
Se trata del primer lugar donde reside la conciencia, que nos conecta con
nuestra luz interior, Así damos comienzo a una apertura en nuestra vida y a
sanar estados emocionales.
Son tan sólo diez minutos
al día, merece la pena.
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