EN LA TEOLOGÍA CATÓLICA
Son la tercera orden más
poderosa y elevada de la Jerarquía celeste (después de los serafines y
querubines).
Algunos piensan que son:
"Los veinticuatro
ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre
sus rostros, y adoraron a Dios" (Apocalipsis 11:16)
Posteriormente se les
consideró además como los representantes de la autoridad y justicia divina.