No todo en el vudú es espiritualidad, curación, invocación a los buenos, las ofrendas, cantos y danzas, mediumnidad y ceremonias religiosas. Ya dijimos en el capítulo anterior que hay hunganes que trabajan "con las dos manos", es decir, practican la magia blanca y la magia negra y que hay un tipo de hunganes llamados bokós y zobóps, que son muy malignos y muy temidos por practicar la magia negra, siendo muy expertos en el conocimiento de la fauna y de la flora de la isla, en la preparación de venenos, substancias alucinógenas, filtros, maleficios, conjuros y hechizos.
Cuando alguna persona,
movida por el odio o la venganza quiere deshacerse de su enemigo, acude al bokó
o al hungan que se preste a esta clase de hechicerías y le lleva un muñeco
expresamente fabricado al efecto y el bokó, previo pago de su "trabajo",
atraviesa al muñeco con una aguja, al tiempo que recita algunos conjuros, los
que según sus creencias supersticiosas, producirán la enfermedad o la muerte a
distancia, mágicamente, por transferencia, de la persona odiada, representada
por el muñeco de cera. Si esta persona tiene un buen talismán o un loa
protector fuerte, no caerá fulminada de inmediato o el hechizo no le hará
efecto.
Es por eso que los
haitianos, ante la posibilidad de que alguien quiera hacerles un hechizo, se
guardan a base de talismanes, contrahechizos y toda clase de protecciones
mágicas pensando en los posibles ataques de personas que no los quieren bien.
El creyente vudú vive en
un mundo que no distingue lo natural de lo sobrenatural, en un mundo donde lo
natural y lo sobrenatural se confunden.
Otra de las prácticas
vudús es la invocación de los muertos, la necromancia o nigromancia, magia
negra también y diabólica, que permite la consulta a los espíritus de los
muertos invocados o la manipulación al antojo de su poder de estos espíritus
desencarnados. Los espíritus de los muertos juegan un papel relevante en los
ritos vudús, pero no siempre es para reverenciarlos o rogar que les sean
propicios. Los bokós lo invocan con propósitos malignos.
El campesino haitiano
suele mostrar su sometimiento al bokó por el temor que tiene a lo sobrenatural
y porque, desde que tienen uso de razón, han sido formados culturalmente en la
idea de que estos hombres o mujeres poseen poderes sobrenaturales contra los
que no se puede luchar o es muy difícil hacerlo.
En la Historia de la
Jurisprudencia haitiana y en sus Anales del Crimen, son y han sido muy
frecuentes los casos de crímenes rituales, de antropofagia y de cultos
orgiásticos promovidos por algunos representantes del vudú.
No siempre los hunganes
actúan en beneficio de sus pacientes, sino que con frecuencia se han dado casos
de los más bajos instintos y degradaciones, perversiones y crueldades en las
ceremonias del vudú haitiano.
Son la cara siniestra del
vudú, propiciada por el fanatismo, la ignorancia y la superstición. Si bien
muchos hunganes sólo practican los sacrificios rituales sobre animales, también
es cierto que se han dado numerosos casos en los que para apaciguar a Exú, el
espíritu del mal, se han realizado sacrificios de niños que luego han sido
bárbaramente comidos o bebida su sangre por los seguidores de la secta. Algunos
de estos casos fueron descubiertos, juzgados los culpables y sometidos a la
pena capital. Pero muchos quedaron impunes en el pasado y en el interior del
país no sabemos qué cosas pueden suceder. El terror cierra las bocas y un pacto
de silencio culpable impide la denuncia a las autoridades que además durante
muchos años han sido los primeros en propiciar el vudú, quizás como la mejor
forma de tener siempre sometidos, dóciles y esclavizados a los ciudadanos.
Los bokós son muy hábiles
en la preparación de wangas, sortilegios que producen males menores, pero
molestos. Wanga es cualquier objeto o substancia a la que el bokó carga
mágicamente de propiedades dañinas y que dirige por sí o a petición de algún
cliente contra una o varias personas a las que quiere hacer la vida incómoda.
En las encrucijadas de los
caminos colocan diversos objetos, unos para embrujar y quizás otros para
desembrujar, pues el poder maligno puede usarse contra otro poder del mismo
signo efectuando un pulso a ver quién puede más. Las encrucijadas y los
cementerios son los lugares preferidos por los guedes como Guede Masaka, loa
hembra peligroso que siempre lleva consigo un saco lleno de plantas y hierbas
venenosas. Es el creador de problemas y preocupaciones. El Guede Ti-Waive, es
un loa famoso por su capacidad de producir sufrimientos y por su proverbial
afán de cometer toda clase de injusticias. Hay otro llamado Guede-Z-Araignée,
que es un loa capaz de producir graves daños y que sólo se aplaca llevándole
bombones. Ghede es el loa de la muerte y se le conoce como Papa Ghede.
Uno de los hechizos más
terribles que se practican en el vudú es la llamada "expedición", que
es un maleficio que se acompaña de una plegaria a San Expedito y que recitan
ante la fotografía de un enemigo. Este hechizo hará que el cuerpo de la
víctima, la persona a quien va dirigido, se llene todo de gusanos. En Haití,
como en todas las zonas tropicales, es frecuente la miasis cutánea que he
tenido la ocasión de tratar en innumerables ocasiones tanto en niños como en
adultos. Ellos creen que esta enfermedad, producida por el depósito bajo la
piel, de larvas de ciertas moscas, es ocasionada por este hechizo. Para curarla
hay que practicar, según los haitianos, un poderoso contrahechizo.
Hay un lugar, cerca de
Puerto Príncipe, llamado Marbial donde los zobop organizados en una secta
secreta (quizás un intento de concilio), se reúnen ciertos sábados para
entregarse a prácticas demoniacas. Los supersticiosos haitianos les atribuyen
la cualidad de transformarse en animales a su antojo.
El Mu-Ntú en Haití es
conocido como Gros-bon-ange y con él el bokó o hungan es capaz de fabricar un
zombi, según la creencia vudú. Al pasar bajo la nariz de una cadáver una
botella que contiene un espíritu capturado, el cadáver adquirirá una forma de
vida automática que le hará esclavo dócil a las órdenes de su señor.
Como dijimos anteriormente
zombi equivale a muerto viviente, un muerto sin espíritu o con un espíritu
incompleto, que es extraído de su tumba y queda bajo el poder del bokó
trabajando para él y siguiendo sus órdenes como un autómata o un robot.
No es extraño que en el
ambiente que hemos descrito de superstición y terror a lo sobrenatural, crean
los haitianos en la existencia de los "muertos vivientes". Y que
crean que son fabricados por sus hechiceros merced a procedimientos sobrenaturales.
El bokó desentierra un
cadáver y obliga a Mu-Ntú a quien domina y tiene guardado en una botella, como
Aladino tenía al genio de la lámpara, a penetrar en el cuerpo sin vida. Este
espíritu desencarnado, se reencarna así en el cuerpo del difunto y le anima pero
de una forma automática, no humana. Puede hablar a través de su boca y lo hace
con una voz típicamente gangosa, nasal, inconfundible al escucharla.
Con la palabra zombi en
lengua ewé se designa al dios-Pitón, ya que el vudú en Africa practicó el culto
a la serpiente, que no representa una fuerza diabólica sino por el contrario
representa la fuerza vital.
Entre los Bantúes
africanos hay la creencia de que los Mu-Ntú desencarnados encuentran su refugio
precisamente en las serpientes y por esta razón se les considera como fetiches
sagrados.
Por esto en muchas
ceremonias del vudú antillano y especialmente haitiano, se utiliza la serpiente
como parte del ritual, durante el cual, la persona que actúa como medium, para
caer en trance, bebe leche de la misma vasija en que lo ha hecho una serpiente.
FREUD ya tuvo conocimiento
de este ritual y se refiere a él en alguno de sus escritos. FREUD veía en la
serpiente un simbolismo fálico.
La serpiente que sirve en
Africa al culto vudú es la Python regius, que a pesar de su tamaño que puede
asustar a cualquiera, es el animal más dócil e inofensivo de Africa. Los
yorubas de Dahomey la consideran animal sagrado y a veces las reúnen en gran
cantidad en sus santuarios.
La longitud de esta
culebra es de un metro y medio a dos metros y hasta dos y medio. El tronco es
macizo y la cola corta y prensil. La cabeza tiene color pardo obscuro con una
estría blanca y negra que la bordea. El cuerpo es de color negro con manchas
amarillas pardas como franjas longitudinales. En los flancos tiene manchas
amarillas. Vive en el Africa occidental y se alimenta de pequeños vertebrados
de sangre caliente. Es tan tímida y pacífica que no muerde aunque se la moleste
y se atemoriza por cualquier cosa, enroscándose y escondiendo la cabeza entre sus
fuertes anillos.
Ha habido mucho de leyenda
sobre los zombis, como la célebre historia del General Nad Alexis, que
disparaba contra el enemigo puesto en pie sin temor a las balas que atravesaban
de parte a parte su cuerpo sin herirle. Como salía siempre vivo de todas las
escaramuzas en que participaba, mientras morían los que estaban a su alrededor,
se dijo que era un zombi, un "muerto viviente".
Todos los autores que han
tratado sobre el vudú, no dejan de mencionar una serie de casos famosos algunos
de los cuales citamos aquí.
METRAUX menciona el caso
de Zora Houston que fotografió un zombi auténtico, una muchacha de nombre
Felicia Mentor, que fué recogida en el Hospital de Gonaives, capital del
Departamento de Artibonite en Haití, a 112 Km al NO de Port-au-Prince, situada
en el fondo de una bella bahía. Fué allí en Gonaives donde fué proclamada la
independencia de Haití el 1º de enero de 1804 y elegido emperador Dessalines y
donde embarcó el libertador de Haití, Toussaint-Louverture en "La Créole"
rumbo a Cap Français.
Pues bien, esta joven
considerada zombi, parecía loca o idiota y la gente que la vió creyó reconocer
en ella a una mujer que había muerto hacía 20 años. Fué examinada por el
Director de Sanidad e Higiene de Haití que la consideró zombi.
La misma Zora Houston cita
el caso de otra joven, María M. de la buena sociedad de Haití, que varios años
después de su muerte ocurrida en 1907, fué encontrada por una antigua compañera
de escuela en una calle de la ciudad. Su familia que no sabía qué hacer de
ella, pues estaba completamente "ausente", la encerró en un convento
francés. Antes, para asegurarse, hicieron exhumar el cuerpo de la tumba,
hallando los restos de un hombre y una ropa diferente a la que llevó la difunta
al ser enterrada.
El mismo METRAUX cuenta
que pensó conocer una zombi a la que le llevaron a ver unos campesinos y luego
resultó ser una infeliz demente que se había escapado de la casa donde sus
padres la tenían encerrada.
Es famoso entre los
estudiosos del vudú, William E. Seabrook, autor de "La isla mágica"
(1927). Con su obra consiguió popularizar el vudú en muchas latitudes,
contribuyendo a una verdadera invasión turística de la Isla de Haití.
Cuenta Seabrook el caso
del hungan Tit-Joseph, que en 1918 realizó un pacto con el Barón Samedi, el
Señor de los Muertos y por medio de conjuros y brebajes mató a nueve hombres a
los que desenterró después y se los llevó a su casa donde los reanimó, haciéndoles
oler en las botellas donde tenía encerrados a varios Mu-Ntu. La intención de
Tit-Joseph era llevar a los zombis a trabajar como braceros, contratándolos
para la Compañía HASCO norteamericana que pagaba muy bien a los trabajadores.
Llevó a su equipo de zombis a la plantación de caña y los americanos los
contrataron. El hungan advirtió al capataz que sus hombres como buenos
campesinos era gente poco habladora y tímida, pero que eran muy trabajadores.
No se hicieron más preguntas. Los zombis trabajaron sin descanso y sin chistar.
Tit-Joseph los vigilaba
alternando con su mujer que era tan desaprensiva como él y los alimentaban con
agua, harina, plátanos y trozos de pan, pero todo sin sal, substancia que no
deben probar los zombis.
Todo marchaba bien y el
pillo del hungan cobraba los sueldos de sus nueve "esclavos". Cierto
día quiso ir a la ciudad y dejó a su mujer al cuidado de los zombis. Esta, que
al fin era mujer, se compadeció de ellos y decidió darles un paseo, montándolos
en una carreta y marchando al pueblo, donde le apeteció comerse unos manises.
Sin darse cuenta que tenían sal, ofreció a los zombis unos puñados de los
cacahuetes salados y éstos se los comieron.
Al probar la sal, ésta
produjo su terrible efecto sobre los "muertos vivientes", que fué el
hacerles conscientes de su estado, lo que pareció volverlos furiosos y echaron
a correr, huyendo hacia los lugares donde habían sido enterrados y
desenterrados. Y allí comenzaron a excavar con las manos para enterrarse pues
sabían que pronto iban a empezar a descompopnerse y según la historia de
Seabrook fué esto lo que sucedió y los miembros que habían quedado fuera de la
tierra pudo verse cómo rápidamente entraban en putrefacción.
Los campesinos de Haití
siempre han sabido que los hunganes y las mambos, bokops, zobops y demás
representantes de la magia negra eran capaces de fabricar zombis, previa
invocación al Barón Samedi, para utilizarlos como esclavos en los trabajos de
las plantaciones. Sin embargo hay quienes niegan rotundamente la existencia de
los zombis.
Muchas familias de Haití,
ante el temor de que sus familiares muertos puedan ser desenterrados y
convertidos en zombis, se aseguran de que esto no pueda suceder y antes de
echarles la tierra encima, consideran que han de hacerles morir por segunda vez
para lo cual les disparan un tiro en la cabeza o inyectan al cadáver un
poderoso veneno. Otros los estrangulan y aún algunos han llegado a decapitarlos
para impedir la "resurrección" por los brujos.
Otros, menos violentos,
colocan semillas de sésamo (Sesamum indicum) en el interior del ataúd o una
aguja sin cabeza con un hilo, con lo cual piensan que estarán muy entretenidos,
bien contando las semillas o tratando de realizar el imposible de enhebrar la
aguja sin cabeza. Así según sus creencias, no podrán atender las llamadas del
bokó.
METRAUX dice que un colega
suyo, el Señor Bernat, asistió en Marbial a la estrangulación del cadáver de un
joven al que se quería librar de las garras de un hacedor de zombis.
A veces les cosen la boca
o los entierran boca abajo con un puñal en la mano para que maten al que
intente hacerlos zombis.
Otro caso que cuenta
METRAUX y que le contaron a él, fué el de un viajero al que se le pinchó un
neumático de su coche en el camino cercano a una granja. Apareció de pronto un
viejo de barba blanca y le anunció que un amigo suyo se la arreglaría
enseguida. Mientras tanto le invitaba a tomar una taza de café en su casa que
estaba junto al camino. Mientras tomaban el café, le explicó que el neumático
se había pinchado por un encanto que el propio viejo, que era un bokó, le había
hecho y le rogaba que no le guardase rencor por ello, que lo aceptase como una
broma. Ante la sonrisa escéptica del viajero, el viejo le preguntó si conocía a
un cierto señor de nombre Celestino. El viejo contestó que era su mejor amigo
muerto hacía seis meses. Entonces el viejo bokó cogió un látigo y golpeó seis
veces contra el suelo. Se abrió una puerta y acudiendo a su llamada apareció
precisamente el señor Celestino, el amigo muerto del viajero, con la cabeza
baja, aire inexpresivo, de estupidez y mudo. Ante el espanto del viajero, el
viejo bokó le contó que la muerte fué ocasionada por el hechizo de otro bokó y
que él había comprado el zombi por 12 dólares para tenerlo a su servicio.
Entre tantos relatos
inverosímiles, tenemos el de Jean Kerboul, el caso de Exilus, muy arraigado en
las creencias populares de la región de Cayes. Al parecer este Exilus se había
enemistado con un hungan de mucha influencia. Poco después murió de forma
súbita. Aquel mismo día comenzó a funcionar un viejo reloj de la casa del
difunto que hacía muchos años estaba estropeado.
Dos años después de su
muerte, un sujeto de nombre Bossuet, afirmó ante un notario público que Exilus
estaba vivo y que le había visto trabajar en una granja como esclavo. No
quisieron creerle. Además, la viuda de Exilus se había vuelto a casar, aunque
con tan mala fortuna que la misma noche de bodas, el nuevo marido se había
caído de la cama quedamndo impotente, a causa de lo cual se separó de su mujer.
El caso se supo y todo el mundo estuvo de acuerdo en creer que el primer marido
zombi tenía que ver con aquello.
De todo lo expuesto,
anecdótico en su mayor parte, podemos sacar la conclusión que dado el grado de
superstición del pueblo haitiano, de su bajo nivel cultural, de sus creencias
religiosas místicas en el vudú, no tengan la menor duda de la existencia de
zombis, así como de la capacidad de sus bokós, mambos y hunganes para
fabricarlos, pero muchos saben que si es posible hacer un zombi, no es por
ningún poder sobrenatural sino por el conocimiento que poseen de los venenos
vegetales y animales, los representantes del vudú, especialmente algunos,
conocimientos que se transmiten en el más absoluto secreto.
El propio antiguo Código
Penal de la República de Haití en su artº 149, aunque fué anulado en 1953,
admitía la existencia de estas substancias y de estos actos criminales cuando
decía:
"Se califica también
de atentado por envenenamiento a la vida de una persona, al empleo que se haga
contra ella de substancias que, sin causar la muerte, hubieran producido un
estado letárgico más o menos prolongado, de cualquier manera que esas substancias
hubieran sido empleadas y sean cuales fueren las consecuencias. Si como
resultado de este estado letárgico, hubiera sido inhumada la persona, el
atentado será calificado de asesinato".
Es evidente que el
legislador conoció algunos de estos casos y que tomó en cuenta este tipo de
delito.
Haití es el país de
América que menos médicos tiene y el índice de mortalidad es muy elevado.
Además, a causa del fuerte calor tropical, los muertos son enterrados a las 24
horas, por la rápida descomposición, con lo cual existe la posibilidad de que
alguno no lo esté sino que se encuentre en estado cataléptico o bajo la acción
de alguna substancia tóxica que más tarde estudiaremos. La posibilidad de ser
enterrado vivo en Haití es muy alta, equiparable a la que pudo existir en la
Edad Media en Europa, donde era un fenómeno harto frecuente.
En Haití es imposible que
todas aquellas personas que mueren puedan ser vistas por un médico que
certifique con seguridad la muerte y la causa de la misma. Por ello, la
posibilidad de ser enterrado vivo para ser desenterrado después es también muy
alta.
Según las viejas leyendas
vudús, eran los zombis los que tocaban incansablemente los tambores durante la
ceremonia vudú que duraba hasta el canto del gallo.
Un zombi se distingue por
su estado de semi-inconsciencia, letárgico, brumoso, como si estuviera entre la
vida y la muerte, el aire ausente, ojos apagados, vidriosos y la entonación
nasal o gangosa de su voz, lo que es propio de los guedé o genios de la muerte.
El zombi oye, incluso habla, pero no tiene recuerdos y no es consciente de su
estado. Así se le puede utilizar como una bestia de carga a la que su amo
explota sin piedad, obligándole a trabajar en la más duras tareas del campo, e
incluso en tareas peores, como robar las cosechas de sus vecinos.
Como su docilidad es total
mientras no se le dé comida que tenga sal, no hay peligro de rebelión. Se
cuentan casos en que el zombi comió cosas saladas y en un súbito acceso de
rabia, mató al "amo" y huyó en busca de su sepultura incendiando
antes la casa y destruyéndolo todo a su paso.
¿Cuáles son estas pociones
que conocen los bokó y hunganes y que son capaces de producir un zombi?
Los jamaicanos conocen una
planta de la familia de las Solanáceas llamada "branched calalue",
conocida también en Haití, tan tóxicamente activa que es capaz de provocar un
estado de "muerte aparente" en el que no se pueden percibir ni los
latidos cardiacos, con lo que se da por muerto al sujeto sin estarlo.
Otra de estas substancias
es conocida con el nombre de kingoliola, que también produce la parálisis
momentánea y un cuadro de muerte aparente.
La norteamericana Eda Taft
estudió en Haití una planta narcótica llamada "tuer-lever"
(matar-levantar) sólo conocida por algunos hunganes, que según sus informantes
fué traída de Africa y secretamente sembrada en lugares muy apartados de la
selva haitiana sólo conocidos por el hungan o el bokó que sabe cómo utilizarla.
El secreto es celosamente guardado.
Los zombis no son muertos,
sino personas narcotizadas o intoxicadas con poderosas substancias, a los que
equivocadamente se considera como muertos. El bokó aprovechará la tranquilidad
de la noche, desenterrará el supuesto cadáver y le reanimará con técnicas que
él conoce dejándole en un estado letárgico, muchas veces obtenido con la
administración de alucinógenos como las Daturas tan comunes en las selvas
tropicales.
Con el nombre de calalú se
conoce una planta de la familia de las Phytolacáceas (Phytolaca rivinioides
KB), de tallo carnoso, color rosado o purpúreo, de hasta un metro de altura,
cuyas raíces son venenosas, muy semejante por sus propiedades a otra planta de
la misma familia, la Phytolaca icosandra.
Algunos hunganes utilizan
la planta tóxica por vía digestiva, pero otros utilizan ciertos polvos que actúan
por contacto. Cuando el polvillo tóxico se pone en contacto con la piel de una
persona, se absorbe a través de la piel y se produce el efecto zombi.
Las recientes
investigaciones realizadas en Haití han llevado a la conclusión de que no es
una sino varias substancias las que son conocidas por los hunganes para
producir estos efectos, pero estas experiencias han llevado a la conclusión de
que sólo servirían para enmascarar el verdadero tóxico que es la
tetrodontoxina.
La TETRODONTOXINA es
producida por unos peces de la familia de los Tetrodóntidos que son conocidos
desde muy remota antigüedad por su acción tóxica. Nada menos que en un
jeroglífico de la tumba del Faraón Ti (2.500 a.C.) ilustra ya la toxicidad del
llamado puffer-fish (Tetrodon spp.).
Pero estas especies que se
encuentran en diversos mares del mundo, son especialmente frecuentes en el
Caribe. Hay más de 50 especies de la familia de los Diodóntidos
(Urchin-fishes), de los Tetradontidae (fugu, puffer-fish, bowl-fish) y Molidae
(Sun-fishes). Todos son venenosos, ictiosarcotóxicos.
En Brasil hay también
peces de esta familia, que son los llamados baiacú y mamaiacú, que tienen como
sus congéneres del Caribe, la particularidad de hincharse cuando se les
molesta, llenando de agua o aire su cuerpo. Los pescadores saben que son muy
venenosos, pero han aprendido que quitándoles la piel, la bilis y los órganos
sexuales y vísceras, se pueden comer sin peligro, especialmente en la época en
que no se reproducen.
En Recife los llaman
baiacú-caixaó, franguinho, guarajaba, bubu y panela, baiacú-feticeiro (nombre
que es muy significativo en esta otra tierra del candomblé y la macumba),
baiacú-do-espinho, baiacú-mirim (mirím en lengua guaraní quiere decir
pequeño),baiacú-guaimá, todos los cuales se dan especialmente en las costas
marinas y el mamaiacú del Amazonas que es un baiacú-da-aqua-doce.
Algunos de estos peces
como los fugu (Fugu rubripes) o "tigre-hinchado" y el Fugu
perphyreus, se encuentran en los mares del Japón y SE de Asia, siendo
considerados como alimento exquisito al paladar, especial para gourmets. En
Japón hay restaurantes especiales donde preparan estos peces. A veces los
disecan y utilizan como pantallas de lámparas y para hacerse gorros.
Cientos de personas mueren
sin embargo anualmente por comer estos pescados, al no tomar las debidas
precauciones eliminando las partes venenosas.
En el Caribe se les llama
pez-balón y son respetados por casi todos los peces rapaces por su manera de
defenderse, que consiste en hincharse cuando se les molesta haciéndose casi
esféricos.
Contienen el poderoso
tóxico tetrodontoxina, considerada como la toxina no proteica más fuerte que
existe, 300.000 veces más tóxica que la morfina. La LD-50 (Dosis letal 50) es
de 8 microgramos por Kg de peso y los promedios de mortalidad en humanos según
HABERMEHL, son de 60 %.
Se encuentra esta toxina
en todo el cuerpo del pescado, pero especialmente en su piel, en los órganos
sexuales (testes y ovarios) y en la vesícula biliar. El grado de toxicidad
varía según el ciclo reproductivo aumentando la toxicidad cuando están en la
época de desove (de mayo a julio).
El envenenamiento o
intoxicación por tetrodontoxina se caracteriza por la rápida aparición de
síntomas a los 5 a 30 minutos de la ingestión del pescado. Se presenta un
estado de debilidad general, náuseas y mareos, palidez, parestesia, hormigueo
en labios, lengua y garganta, manos y pies seguido de pérdida del conocimiento.
No se presentan vómitos a
pesar de las náuseas. A medida que avanza la intoxicación se produce palidez,
sudoración, dificultad respiratoria, hipotensión, mialgias, dolores, opresión
precordial y cianosis, terminando el cuadro por convulsiones y parálisis. La
muerte puede sobrevenir por parálisis respiratoria entre las seis a
veinticuatro horas después de la ingestión del tóxico.
HABERMEHL asegura que no
existe ningún antídoto específico pero puede tratarse el envenenamiento con
respiración asistida, inyección gota a gota de sueros glucosalinos y masaje o
estímulos cardiacos.
Las investigaciones en el
Japón sobre este tóxico son ya antiguas, remontándose a 1894, cuando TAHARA comenzó a estudiar esta forma de
intoxicación. Pero sería en 1963 cuando TSUDA y GOTO lograron hallar la
composición de la tetrodontoxina, cuya acción es directa sobre las
terminaciones nerviosas y la fibra muscular cardiaca.
La fórmula de la
tetrodontoxina es:
Los hunganes de Haití
conocen perfectamente estos peces así como sus efectos venenosos. Saben cómo
utilizarlos, probablemente asociados con substancias narcóticas o alucinógenas
y ese ha sido su secreto celosamente guardado.
Unos por este
procedimiento han pretendido ser capaces de resucitar a los muertos lo que les
ha creado gran prestigio entre sus supersticiosos paisanos. Otros han utilizado
la zombización para conseguir mano de obra barata como forma de enriquecerse. Y
mientras tanto han ido cubriendo sus conocimientos con el velo del misterio y
del ritual vudú.
Zombis ha habido y
probablemente los hay todavía, pero no se trata de muertos resucitados sino de
vivos infelices intoxicados, drogados, preparados con propósitos criminales.
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