Puede decirse que,
clínicamente, la angustia es un miedo inmotivado. Los miedos normales son
reacciones con componentes psicológicos y corporales. El miedo o la angustia
forman parte de la respuesta normal del individuo, con reacciones necesarias
para la supervivencia. Sin embargo en la enfermedad, una reacción normal y útil
para la supervivencia se desvirtúa y en lugar de ser un mecanismo defensivo
provechoso, se convierte en una fuente de sufrimiento y de incapacidad.
Si esta respuesta
desproporcionada se hace crónica estamos ante una neurosis de ansiedad o
neurosis de angustia. La angustia puede aparecer de dos formas: en un estado
permanente de ansiedad o en ráfagas de angustia, separadas por intervalos de
aparente normalidad. Las ráfagas o crisis consisten en la aparición repentina
de una situación angustiosa de máxima intensidad; se presenta de modo
repentino, sin avisar; no es raro que se desencadene durante el sueño con lo
que al despertar el paciente siente los síntomas con toda intensidad. En la crisis
de angustia, la persona siente que la muerte esta próxima, tal es la intensidad
de su sufrimiento. Viene acompañada de síntomas corporales como pánico,
taquicardia, palpitaciones, respiración acelerada, sensaciones de ahogo o falta
de aire, náusea, mareos, desmayos o aturdimiento. Manos y pies se enfrían, hay
una opresión pre-cordial, sensación de entumecimiento u hormigueo pero sobre
todo miedo a perder el control, “volverse loco” y morir.
Estas crisis pueden durar
desde algunos minutos hasta varias horas, y es imprescindible ver al médico. La
angustia puede manifestarse en un estado de ansiedad generalizada; los síntomas
son similares a los de la angustia pero en forma no tan aguda sino como un
malestar generalizado. Puede responder a situaciones previas de preocupación y
conflicto en sus actividades cotidianas. Otra manifestación de la angustia son
las fobias. Las fobias son respuestas ansiosas exageradas frente a un estímulo
concreto: viajar en avión, estar en lugares cerrados, estar frente a un animal,
estar en lugares abiertos.
La principal consecuencia
de las fobias es que las personas temen sufrir la crisis y no ser ayudados, por
eso se encierran en sus casas y acaban por recluirse, o evitan encontrarse en
situaciones que, piensan, les producirán un ataque de fobia. El estrés
postraumático también es una forma de la angustia. Es sufrido por personas que
realmente han atravesado un acontecimiento traumático, como peligro para sus
vidas, y el episodio se vuelve recurrente en forma de miedos y pesadillas.
Dentro del estrés postraumático se incluyen las catástrofes naturales, guerras,
secuestros y accidentes serios. Algunas personas enfrentan situaciones no tan
graves pero adjudican un significado subjetivo al acontecimiento con
consecuencias similares al estrés postraumático. Las consecuencias de este
trastorno son sentimientos de desesperación, culpa y responsabilidad. La
angustia también puede ser provocada por la ingestión de drogas o medicamentos;
se manifiesta como una consecuencia secundaria pero que puede incluir crisis
como las ya mencionadas.
Las crisis de angustia
pueden tratarse con medicamentos, técnicas de relajación y respiración que son
fundamentales y en las cuales se debe entrenar al paciente y a su familia; la
práctica de la respiración permite aliviar las sensaciones de miedo y ansiedad.
Se debe dar apoyo a la familia y terapias de grupo no sólo para el paciente
sino también para la familia o las personas que conviven con él, para ayudar a
su adaptación y recuperación social.
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